miércoles, 4 de noviembre de 2009

Un largo viaje en tren.

Porque esto va de trenes.
De los que, cansada y asustada, esperas en un banco frío y rojo de una estación perdida.


De los que siempre has deseado coger cuando han pasado sin parada en tu andén y han dejado tras de si una imaginación desbordada tratando de adivinar las vidas que se amontonaban sin rozarse en sus asientos acolchados.


De esos trenes que han parado delante de tus ojos y no te has atrevido a coger porque por la ventana veías cosas que no terminaban de convencerte. Tuviste miedo. De esos que por miedo dejaste pasar.


Va de los trenes que hicieron noche en tu parada y tú, dormida en el banco frío y rojo, perdiste por no dignarte a abrir los ojos, dar tres pasos y apretar el botón verde. Que perdiste por pereza.


Hablo de ese tren que ves llegar des de mucho tiempo antes. Cuando en una noche cerrada y sin luna observas la potente luz de la cabina... Empiezas a hacerte la idea, miras a tu alrededor, aceptas que debes cogerlo, que nada te ata a tu frío y rojo banco, que estás sola... y terminas convenciéndote de que ese es tu tren, de que quieres hacerlo.
Tiemblas mientras se acerca, levantas unos milímetros el culo del frío y rojo banco, no sin antes haberte aferrado al bolso negro -tu único equipaje- muy fuerte, como si él fuese a protegerte de todo lo que nuevo a lo que te dispones a enfrentarte.
Empieza a frenar, lo oyes, lo notas, lo ves, lo sientes. Se detiene delante de ti, con la puerta justo enfrente. Ésta se abre y de ella baja alguien que sin miramientos se sienta en el banco que acabas de dejar atrás.
Tu mente viaja a velocidades vertiginosas; piensas rápido, te saturas, te entiendes y te frustras casi al mismo tiempo. Finalmente terminas pensado que si alguien ha bajado de ese tren para sentarse en tu banco -sí, es tu banco- debe ser porque ni el tren es tan bueno ni el banco es tan frío y agoviamente rojo como creías.
Cansada y asustada te paras. Te das la vuelta y retrocedes. Dedicas una irónica y amenazante mirada a quien te robó TU banco y te vuelves a sentar en él. Ella se levanta y se sienta en el de al lado; no parece importarle lo más mínimo tu banco y tampoco tú.
¿Desilusión? ¿Arrepentimiento?
Reposas el bolso en los cuadrados de hierro del banco y sacas una magdalena chafada de su bolsillo izquierdo. La comes, más que por hambre por ansiedad. Y terminas dormida de nuevo.


Hablo de esos trenes que anuncian su llegada con esa voz tan característica y metálica. De los que anuncian su andén de parada aunque en tu estación únicamente exista uno. Propaganda, propaganda, propaganda. Antes de verlo sabes que será igual que todos, o que incluso llegará con retraso.


Va de esos trenes que llegan llenos y los dejas pasar porque no crees caber; y de aquellos que llegan tan vacíos que te asusta encontrarte sola en sus vagones y dejas partir.

Va de todos aquellos que perdiste, que dejaste ir, que ignoraste, que estuviste apunto de coger y no lo hiciste. Y sobre todo va de aquel banco frío y rojo que te ataba; de tu vida de siempre, del miedo a cambiar, a escoger. Del miedo al chasquido que cambia tu vida, del miedo a equivocarse, a no poder retroceder...
Del miedo a que tras tu tren se rompa la vía que llega a tu estación de siempre. Del miedo a que aquel edificio antiguo y mal pintado se quede sin inquilino; del miedo a que el reloj que acompañaba tus noches se quede sin pila; del miedo a que el banco frío y rojo se rompa por la lluvia, el viento o el tiempo... Del miedo a abandonar todo lo que crees que es tu vida y sobretodo del miedo a no saber volver a ella.



Va de trenes; porque en definitiva, tu banco, tu estación y tu reloj viajan en uno.

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