Un día cualquiera de una existencia repleta, de unos días monótonos y no por ello vacíos, de un despertar común y singular, de un deseo reflejado en dos retinas fijas.
Despertar con un bostezo ajeno y contagiarse de él casi en sueños; un vaso de leche en la mesa y unas galletas Maria para acompañar la primera comida del día. Una nota, un buenos días.
Una riña por el programa que amenice la comida y un beso tierno en el portal antes de abrir el paraguas para ir a trabajar.
Una llamada en medio de la tarde que cuente lo frías que están sus manos o las ganas que tiene de un chocolate caliente al llegar a casa.
Una discusion graciosa sobre el tono amarillo de las patatas fritas. Que la arrope con la manta mientras se sucede la serie de turno en la televisión y que sonría remolón cuando es ella la que termina despertándole.
Un postre tierno y... a dormir.
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