lunes, 30 de noviembre de 2009

I'll remember it

La miré al mismo tiempo que le tendía la mano y observé sus ojos fijos en los míos. Vi como, tímida, escudriñaba mi mirada tratando de encontrar aceptación. Le sonreí y ella se aferró a mis dedos. Me encaminé escalares arriba conduciéndola justo a mi lado; apenas me llegaba a la cintura y entre su enmarañado cabello oscuro acertaba a ver unos ojos negros repletos de sensaciones que fui incapaz de asimilar.
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Le hablé cuando llegamos arriba y a pesar de que sabía que no entendía nada seguí haciéndolo sin parar. Estaba nervioso y además me habían dejado la tarea más difícil; debía acostumbrarla a su nuevo hogar… La veía perdida, extasiada, alucinada; todo era nuevo. Me habían contado que ante ella habían pasado cientos de imágenes que alguien como yo tendría la suerte de no ver jamás y en cambio todo con lo que debería haber crecido se quedaba tan lejos de sus pupilas… Escuché a mi padre de nuevo: “No ha tenido tu suerte” y suspiré aliviado; las cosas iban a cambiar.
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La primera puerta que encontramos a nuestra derecha estaba entre abierta y entramos juntos. No me había soltado la mano todavía y, sinceramente, esperaba que no lo hiciese. Topamos de bruces con el espejo del aseo y me dije a mi mismo que deberíamos hacer unas reformas en casa. Me agaché a su lado e intenté explicarle que iba a tomarla en brazos pero supongo que no me entendió porque cuando la levanté del suelo pataleó débilmente. Una vez se encontró en el espejo cesó en su empeño de bajar; supongo que el verse le impactó enormemente. Quise preguntarle si era la primera vez que se miraba en un espejo pero caí en que sería inútil. Estaba completamente embelesada y tuve tiempo de mirar lo que ante mí se reflejaba. Creo que sonreí cuando aprecié el detalle. Llevaba casi una hora con ella y en ese momento, solo cuando mis brazos la rodearon, me di cuenta de que su piel era oscura. Moví las manos alrededor de su cintura y ella empezó a reír. Las cosquillas eran su punto débil –pero esto, lo aprendí con los años- y por ello rápidamente se lanzó de mis brazos y corrió por el pasillo. Me apresuré a seguirla y cuando salí del baño la encontré parada en la puerta de la que iba a ser su habitación. Miraba arriba y sonreía curiosa. Cuando llegué a su lado me señaló las letras de ositos que con mucho mimo había colocado mi madre hacía ya varias semanas. Habló y fue la primera vez que le escuché hacerlo. Lo dijo mirándome y con una sonrisa de oreja a oreja.
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- ¡Hassyna!
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Se señaló y repitió su nombre dos o tres veces, después su dedo me apuntó y en su cara se dibujó la duda. Era guapa, muy guapa.
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- Yo me llamo Jordi.
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Se quedó un tanto contrariada y después repitió mi nombre en voz baja, casi para ella. Al final volvió a mirarme y me señaló la puerta. Pensé que era más lista que el hambre y mientras aquella idea vagaba por mi cabeza la perdí de vista. Vi que había abierto y entré tras ella. La encontré sentada al lado de la ventana, una de esas ventanas que llegan hasta el suelo. Miraba embobada la calle. Desde nuestro primer piso en la calle Velázquez los coches y las personas todavía se veían con claridad. Tenía los ojos abiertos como platos y estaba empapándose de cuanto abarcaba su vista. Me arrodillé a su lado y para cerrar el círculo que formábamos ella, la ventana y yo deposité un gran oso de peluche que había cogido de su cama antes de llegar hasta ella. Lo miró, me miró y volvió a mirar el animal. Llevaba poco tiempo con ella pero el suficiente para darme cuenta de que buscaba mi aprobación en cada cosa que pensaba hacer. Buscaba una sonrisa, una cara relajada, una dulce palabra… O tal vez simplemente buscaba que no le gritase o no me enfurruñase.
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- Tú Hassyna, yo Jordi… ¿Y él? –Señalé al oso al que desde hacía segundos estaba abrazada.
Se lo pensó unos minutos, o al menos hizo como si estuviese pensándolo. Recorrió con la mirada la habitación entera y terminó volviendo al peluche marrón.
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- Dub -Me miró feliz. Meses más tarde me explicaría que aquello quería decir oso en su árabe natal.
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Jugamos un rato con todas aquellas cosas que estaban a su alcance. Jugamos y reímos hasta que la voz de mi madre irrumpió en nuestro momento. Mi abrigo y el de la niña me pidió que bajase. Y a ella, claro está.
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Me levanté y le dije que bajábamos. Me siguió de cerca y los dos nos encontramos con las miradas dicharacheras de mis padres bajo de la escalera. Le di el abrigo a mi madre y ella se lo puso. Él cargó tres paraguas y a mí me ofreció el más grande. Abrieron la puerta y una ráfaga de frío aire entró de la calle. La pequeña nos regaló un escalofrío y a mí una excusa perfecta para abrazarla cálidamente. Me miró agradecida, y antes de salir por la puerta mi madre habló.
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- Jordi, no le sueltes la mano a tu hermana.
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No contesté, tampoco sabía que decir. Miré a mis padres unos segundos y los vi felices, después de todo tenían a la pequeña en casa. En aquel segundo tomé plena conciencia de que a mis trece años mi vida iba a dar un vuelco inmenso. La miré y vi como me tendía su mano entre orgullosa, sincera, risueña y… ¿feliz?
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Años más tarde ella me confesó que estaba igual de feliz de ser mi hermana como yo de que ella fuese mi regalo aquella navidad; el único regalo que deseé que fuese para siempre.

viernes, 27 de noviembre de 2009

Las ojas barren el suelo creando nidos esponjosos, crujientes bajo pies ajenos. La calle destella abrumada por las repetitivas luces navideñas. Huele al chasquido de la leña en chimeneas que silban contentas, útiles.
Espíritus familiares que vagan fríos e hipócritas entre las ventanas vecinas. Niños ilusionados que sonríen boqueabiertos al juguete del escaparate.
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La gente se amontona en las concurridas calles de la ciudad. Ataviados con guantes y un amplio repertorio de bufandas; desde las simples y de lana hasta las coloridas bufandas de algodón. Pasean con la mirada puesta en todas aquellas cosas, estratégicamente colocadas, que se despliegan ante sus ojos. Un mendigo en la esquina sostiene un cartel: pide comida, caridad, hipocresía. Le dejan monedas y se marchan contentos con ellos mismos, se creen buenos. No lo saben, pero aquello que terminan de hacer y de lo que tan orgullosos se sienten es solo una muestra de la fiebre solidaria que parece existir solo en navidad. No lo saben, pero dentro de unos meses andarán en manga corta y helado en mano por esas mismas calles, que ya entonces se quejarán sedientas y ajenas, y pasarán por al lado de aquél con quien fueron TAN buenos... y ni lo verán! No le habrán colocado las calles precisamente para ello, ni la solidaridad herbirá en su interior, ni tampoco un séguito de pegadizos villancicos resonarán en sus oídos... Aquella mentira de la que se nutren las tardes de televisión, la programación de la radio..., habrá desaparecido.
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Marionetas de una sociedad que se mueve en círculo. Una rutina que se sucede año tras año; con las mismas personas, con nuevos juguetes, con las ausencias que alguien se empeña en hacer fuerte hastas que consigue que duelan más una noche concreta que cualquier otro día.
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No pensamos. No decidimos; ni lo que hacemos, ni siquiera lo que decimos, ni tan solo lo que somos. Creemos poseer poder para cambiar cualquier cosa, para escoger sobre todo... Ya nos los dicen: "el futuro". Y aun así son ellos, los que tratan de convencernos de esto, los que nos controlan. Emociones, sentimientos. La capacidad de traer a nuestra cabeza un recuerdo escondido, enterrado, apartado.
Reír, llorar, odiar, ayudar... Pagar!
Capaces de manipular hasta llegar a escoger todo de absolutamente todos.
¿Inteligentes? ¿Astutos? Poderosos.

miércoles, 18 de noviembre de 2009

Cuéntame uno de esos cuentos en los que conozco al dedo a la protagonista... de esos en los que la describes mientras me escudriñas y me obligas a darme la vuelta para contar como le cae el pelo por la espalda. Quiero conocer la historia capítulo por capítulo y aun así seguir emocionándome en los detalles más tontos mientras me abrazas muy fuerte y me meces dulcemente.


Cuéntame uno de esos cuentos de dragones, magos, castillos encantados y una princesa. Susurrame como, exhausto, llega el caballero... y sonríe mientras me explicas los escasos segundos que tarda en quedarse prendido de aquellos ojos marrones. Cuentame como escapan de la torre, dan muerte al dragón -juntos, siempre juntos; prefiero tu versión- y después viven felices y comen perdices.

Sé mi memoria por unos minutos, invéntame motivos, recuerdame los viejos; convénceme. Hazme reír con nuestra historia hasta que dejes de hablar y me mires de esa forma...


Me gustan tus cuentos; me gusta este cuento.

martes, 17 de noviembre de 2009

literatura

Somos letras, somos oraciones y somos ideas que adquieren rostro tan sólo por haber sido pensadas. Siempre somos letras, comas, puntos suspensivos, signos de interrogación. Con los años, y con una dosis de suerte, nos convertimos en palabras, párrafos y luego en historias. Incluso antes del nacimiento ya somos lenguaje: los progenitores suelen asignar, in útero, nombres y profesiones a los vástagos. Con el tiempo nos transformamos en ilusiones, deseos y obsesiones. Kronos, inefable testigo, se encarga de convertir nuestras vidas en historias, y en ocasiones, en literatura.

ARNOLDO KRAUS, "Leer para vivir"

domingo, 15 de noviembre de 2009

Hakunamatata

Se sintió rica, rebosaba sonrisas, regalaba miradas, flotaba por encima de todas aquellas personas que un día se habían reido de su desdicha. No sentía rabia, ni tampoco la absorvía una irremediable sed de venganza; hoy simplemente iba a dedicarse a vivir.

Ya no se aferraba a nadie, ni a nada. Los recuerdos la tenían en volandas; no dolían, ni pinchaban, ni escocían. No le hacía falta cantar un sueño para verlo de nuevo. Le bastaba con abrir los ojos y entontrar su tonta mirada perdida en algún rincón de su cara. Una sonrisa, un beso.

Quería gritar al mundo pero sentía que no era preciso, que sus ojos lo hacían, que sus gestos la delataban allá donde iba, que el brillo que emanaba su mirada era más claro que todas las palabras que pudiesen salir de su boca.

Sí, eso; se sentía llena. No era transitorio; no era efímero como tantas otras veces. No dependía de un instante que por su simple categoría de instante ya sabía que iba a ser fugaz.

Su dicha residía en lo que ahora era su vida. En eso que sabía que iba a guardar a su lado por mucho, muchísimo tiempo.

miércoles, 11 de noviembre de 2009

Mejor no

Un punto, una coma, un signo de interrogación. Palabras, canciones, sonidos, silencios, esperas. Sin sentidos contradichos en cuentos absurdos.
Realidades confrontadas, amontonadas; esperando su momento.
El error que nos rige hace tiempo que hace con nosotros maravillas. Cualquier cosa que hallas preferiría quedar en el olvido que le otorga el desconcierto, el vacío, la soledad. Cualquier cosa que logres abrir habrá preferido quedar cerrada guardando sus secretos más intímos, más inviolables, más suyos.
Paradojas. Soles fríos; sonrisas lloronas; lágrimas contentas. Personas que andan con los ojos cerrados, zarandeando sus cuerpos con un brusco vaivén. Ventanas abiertas durante una gran tormenta que amenaza con arrancar todo lo que se aferra sin uñas ni dientes a una realidad meramente ficticia.


¿Y todavía quieres comprender algo?

lunes, 9 de noviembre de 2009

Cat

Melodias frías. Palabras mudas. Trazos oscuros en lienzos negros.
Se acurrucó a mi lado y me miró confusa. Una paradoja mezclada recorría sus pensamientos y atrapaba todas sus ideas. Supe que quiso darme importancia y supe que abandonó su esfuerzo al primer fracaso.
Melancolía. Recuerdos punzantes que, junto al frío de un diciembre adelantado, dolían en su cabeza y ardían en sus ojos.
Volvió a mirarme e intenté sonreírle, pero no apreció ninguno de mis gestos. La rocé con la nariz, despacio. Creo que le caí simpático en ese momento porque me acarició la cabeza. Ronroneé un rato y me quedé dormido mientras pasaba su dedo por mi lomo.
Sus sollozos acompasaban mi respiración.
Cuando desperté ya no estaba.

sábado, 7 de noviembre de 2009

+

AMOR:
2. m. Sentimiento hacia otra persona que naturalmente nos atrae y que, procurando reciprocidad en el deseo de unión, nos completa, alegra y da energía para convivir, comunicarnos y crear.
3. m. Sentimiento de afecto, inclinación y entrega a alguien o algo.

jueves, 5 de noviembre de 2009

Why?

No creas que es fácil.
Yo todavía me sorprendo buscando ese instante, ese momento, ese giro.
Yo aun no comprendo cómo pude caer, retroceder de nuevo, caminar hacia atrás como tantas veces.
Pero sobretodo no entiendo porqué terminé ilusionándome, aun rebozada en polvo, después de mi caida.

miércoles, 4 de noviembre de 2009

Un largo viaje en tren.

Porque esto va de trenes.
De los que, cansada y asustada, esperas en un banco frío y rojo de una estación perdida.


De los que siempre has deseado coger cuando han pasado sin parada en tu andén y han dejado tras de si una imaginación desbordada tratando de adivinar las vidas que se amontonaban sin rozarse en sus asientos acolchados.


De esos trenes que han parado delante de tus ojos y no te has atrevido a coger porque por la ventana veías cosas que no terminaban de convencerte. Tuviste miedo. De esos que por miedo dejaste pasar.


Va de los trenes que hicieron noche en tu parada y tú, dormida en el banco frío y rojo, perdiste por no dignarte a abrir los ojos, dar tres pasos y apretar el botón verde. Que perdiste por pereza.


Hablo de ese tren que ves llegar des de mucho tiempo antes. Cuando en una noche cerrada y sin luna observas la potente luz de la cabina... Empiezas a hacerte la idea, miras a tu alrededor, aceptas que debes cogerlo, que nada te ata a tu frío y rojo banco, que estás sola... y terminas convenciéndote de que ese es tu tren, de que quieres hacerlo.
Tiemblas mientras se acerca, levantas unos milímetros el culo del frío y rojo banco, no sin antes haberte aferrado al bolso negro -tu único equipaje- muy fuerte, como si él fuese a protegerte de todo lo que nuevo a lo que te dispones a enfrentarte.
Empieza a frenar, lo oyes, lo notas, lo ves, lo sientes. Se detiene delante de ti, con la puerta justo enfrente. Ésta se abre y de ella baja alguien que sin miramientos se sienta en el banco que acabas de dejar atrás.
Tu mente viaja a velocidades vertiginosas; piensas rápido, te saturas, te entiendes y te frustras casi al mismo tiempo. Finalmente terminas pensado que si alguien ha bajado de ese tren para sentarse en tu banco -sí, es tu banco- debe ser porque ni el tren es tan bueno ni el banco es tan frío y agoviamente rojo como creías.
Cansada y asustada te paras. Te das la vuelta y retrocedes. Dedicas una irónica y amenazante mirada a quien te robó TU banco y te vuelves a sentar en él. Ella se levanta y se sienta en el de al lado; no parece importarle lo más mínimo tu banco y tampoco tú.
¿Desilusión? ¿Arrepentimiento?
Reposas el bolso en los cuadrados de hierro del banco y sacas una magdalena chafada de su bolsillo izquierdo. La comes, más que por hambre por ansiedad. Y terminas dormida de nuevo.


Hablo de esos trenes que anuncian su llegada con esa voz tan característica y metálica. De los que anuncian su andén de parada aunque en tu estación únicamente exista uno. Propaganda, propaganda, propaganda. Antes de verlo sabes que será igual que todos, o que incluso llegará con retraso.


Va de esos trenes que llegan llenos y los dejas pasar porque no crees caber; y de aquellos que llegan tan vacíos que te asusta encontrarte sola en sus vagones y dejas partir.

Va de todos aquellos que perdiste, que dejaste ir, que ignoraste, que estuviste apunto de coger y no lo hiciste. Y sobre todo va de aquel banco frío y rojo que te ataba; de tu vida de siempre, del miedo a cambiar, a escoger. Del miedo al chasquido que cambia tu vida, del miedo a equivocarse, a no poder retroceder...
Del miedo a que tras tu tren se rompa la vía que llega a tu estación de siempre. Del miedo a que aquel edificio antiguo y mal pintado se quede sin inquilino; del miedo a que el reloj que acompañaba tus noches se quede sin pila; del miedo a que el banco frío y rojo se rompa por la lluvia, el viento o el tiempo... Del miedo a abandonar todo lo que crees que es tu vida y sobretodo del miedo a no saber volver a ella.



Va de trenes; porque en definitiva, tu banco, tu estación y tu reloj viajan en uno.

martes, 3 de noviembre de 2009

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Un día cualquiera de una existencia repleta, de unos días monótonos y no por ello vacíos, de un despertar común y singular, de un deseo reflejado en dos retinas fijas.

Despertar con un bostezo ajeno y contagiarse de él casi en sueños; un vaso de leche en la mesa y unas galletas Maria para acompañar la primera comida del día. Una nota, un buenos días.

Una riña por el programa que amenice la comida y un beso tierno en el portal antes de abrir el paraguas para ir a trabajar.

Una llamada en medio de la tarde que cuente lo frías que están sus manos o las ganas que tiene de un chocolate caliente al llegar a casa.

Una discusion graciosa sobre el tono amarillo de las patatas fritas. Que la arrope con la manta mientras se sucede la serie de turno en la televisión y que sonría remolón cuando es ella la que termina despertándole.

Un postre tierno y... a dormir.

lunes, 2 de noviembre de 2009

¿Para qué queremos más?


"Se acercaron las distancias
Dejamos clara la intención
De ser todo lo que somos
dos en uno y uno en dos...

Y es que tiene un corazón que no le cabe, que se muere si le faltas
Que solo entiende lo que dices, si lo dices sin palabras.

Por eso siempre te persigue y sin pedirlo te lo pide hasta se puede oír su voz
Haciendo tiempo en tus sentidos, reinventando los motivos."

domingo, 1 de noviembre de 2009

Soñando

Brujas, duendes, muertos, zombies... Se encontraba rodeada de un sinfín de criaturas nuevas, misteriosas, de cuento de hadas. Corrió para escapar de aquello y en la esquina más cercana le aparecieron miles de seres extraños.

Empezó a asfixiarse, le faltaba el aire de aprisa que lo tomaba, y lo soltaba, y lo tomaba, y lo soltaba...

Miró a un lado y a otro y se creyó rodeada.
Empezó a sollozar y pronto lloró desconsolada, ahogada. El pánico la invadió. Se sentó en una esquina y dejó que todo aquello que la asustaba la atrapase.


Pi-pi-pi...