lunes, 6 de diciembre de 2010

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Mantenía conversaciones telefónicas con la parte izquierda de su pecho. Le comunicaba el corazón la mayor parte del día, y cuando daba señal pocas veces obtenía respuesta. Iban descompasados, y eso le dolía, le asustaba, le frenaba.
Poco a poco dejó de llamarle, intentaba por todos los medios evitar la decepción distante y absurda que le producía el "pi pi pi pi pi" intermitente y agudo. Terminó por olvidarse del número y un día se encontró tirada en el sofá, cargada hasta los topes de bollería industrial, llorando a lágrima viva e incapaz de recordar por qué número empezaba su amor.

martes, 16 de noviembre de 2010

aigua

Burbujas nerviosas, tímidas, asustadizas. Arremolinadas en una recoveco absurdo de mi memoria.
Distantes e inseguras, al acecho.

Lo observaba de lejos, de paso. Deseaba escuchar la melodía que escapaba de su mp3, recorrer los nervios de su cuerpo e instalarme efímeramente en su cabeza.
La distancia le golpeaba los pensamientos, le dolía. Lo sé porque conocía todas las expresiones de su rostro, mejor que las del mio.
Me intuyó, o no, pero se giró repentinamente hacia mi; y me escondí, como siempre.
Quise correr, colgarme de su cuello, dejar que me besase, que me estrujase... abandonarme; perder.
Ocupaba la esquina del banco, parecía hacerme sitio, guardarme el lugar que bañaba el sol... Sé que quería sonreír, que se esforzaba.
El bicho corría de un lado a otro con el palo en la boca, ladrando a su atención, reclamándole. Y el que sí, que ya va, que ahora mismo.
Y yo allí, perdiendo.

Burbujas que explotaban.

lunes, 15 de noviembre de 2010

sap

Era fàcil tirar a còrrer, oblidar-se'n de tot el que havien viscut els seus ulls, desenpolsar-se de les pors i fer fort el cor...
Però era enrevesada, mai havia triat el camí fàcil.
Es calçà les espardenyes d'estar per casa i es quedà uns minuts sentada enfront del microones deixant anar el cap.
La llet va absorvir en un tres i no res les dos cullerades i mitja de cola-cao i ella engolí el got. Li cremava la llengua, la gola, l'estòmag. Li bollia el cor.
Es debatia entre el deure i el voler des de feia tants dies que havia acabat confonent ambdues coses. Sols trobava un grapat de dubtes que la mantenien desperta durant moltes hores.

martes, 16 de febrero de 2010

Nuestra ola.

El mar lloró cansado,
tu vista destiló secretos,
me encontré despierta; azul.

La espuma efímera barrió la orilla,
tus secretos desordenaron las estrellas,
me volví de arena; tuya.

La noche se ciñó sobre la playa,
las estrellas despeinaron tu conciencia,
me torné insegura; gris.

El tiempo se fue a dormir,
tu conciencia resbaló suspiros,
me decidí inconsciente; mía.

El miedo nos dejó solos,
tus suspiros turbaron recuerdos,
me sentí de hielo; añil.

La luna sonrió nuestro momento,
los recuerdos desataron tu deseo,
me deshice segura; enorme.

Amaneció nuestra playa,
tu deseo yació en un sueño,
me acurruqué sincera; nuestra.

miércoles, 10 de febrero de 2010


Y la vida no está para sentarse a mirarla.

Ríe, disfruta; baila. Llora hasta quedar sin lágrimas y déjame mecer tus miedos entre mis brazos. Cambia de lugar; ve, vuelve; que te esperamos.

Dibuja, escribe, haz figuritas de barro. Escapa. Que nadie te obligue, que nadie te diga, que nadie te enseñe. Aprende.

Sacúdete el polvo y sigue hacia delante. Tropieza tantas veces como quieras en la misma piedra, y no te sientas ridículo por ello; cada uno tenemos nuestra afición.

Búrlate del tiempo; ya es hora de que alguien le dé una lección.

Olvídate de las normas, de aquello que tontamente llaman moral; sé libre.
Unos segundos. Toda tu vida.

martes, 9 de febrero de 2010

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Se me olvidó mirar el letrero y obvié el hecho de que no tenía parada en todas las estaciones.

lunes, 8 de febrero de 2010

Ciudadana del mundo, por favor.

En la misma silla de siempre, frente a la ventana de todos los días.
Acabo de llegar de hacer un examen de inglés. Inmigración. ¿Y yo que entiendo por ello?
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Un claro ejemplo más de la importancia del dinero. Tú no importas por donde naciste, ni por a quien tuviste la suerte, o la desgracia, de tocar como hijo. Tú no importas por la cultura del país del cual procedes, ni por sus valores, ni por su justicia. Tú no importas por cuanto hayas estudiado, ni por todas esas cosas que has hecho tratando de mejorar un poco tu mundo. Tú no importas por la injusticia de la que te has visto rodeado, ni por la injusticia imperante allí donde vas a vivir ahora. Tú no importas por el color de tus ojos, ni el pigmento de tu piel. Tú no importas por la eduación que hayas recibido, ni siquiera por tu capacidad de impartirla en otros. Tú no importas por nada que no pueda ser comprobado mirando tu coche, tu reloj, la prenda que llevas encima o la cantidad de ceros de tu cuenta corriente.
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¿Inmigrante o extranjero? Inmigrante si vienes a trabajar; extranjero si vienes a aumentar tu fortuna explotando a la gente local. Inmigrante si hablas mi lengua, o alguna parecida; extranjero si te las das de listo con algún idioma del norte. Inmigrante si vistes como yo; extranjero si alardeas de todo aquello que la mayoría jamás podremos comprarnos. Inmigrante si te ponen millones de trabas para legalizar tu situación, para acceder a una sanidad de la que todos deberíamos gozar, para poder subir al tren sin miedo a tomar un avión de vuelta; extranjero si te cobran menos impuestos por haber hecho el favor de venir a vivir aquí.
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No sé de que me extraño; es lo de siempre.

domingo, 7 de febrero de 2010

Esta soy yo.


Acostumbrada como estoy a mis silencios, a mis secretos; a esos que incluso a mi misma escondo. Acostumbrada como vivo a todos y cada uno de mis miedos; a mis días rojos, a mis ratos tontos. Fiel compañera de mi rutina semanal; anual me atrevería a decir. Testigo de cada uno de mis cambios, de mis pataletas, de mis arrebatos. Sincera con mis dudas, compañera de sus juegos. Esclava de tantas cosas, de tantos sueños. Capaz de cambiar un deseo, de sonreír a su ilusión, de bailar con la mía, muy cerca. Espectadora a distancia de cuanto me sucede; protagonista de sus sueños; artífice de los míos.

Acostumbrada como estoy a vivir en mi nube, a entender los silencios, a preocuparme en un momento. Acostumbrada como vivo a empaparme de recuerdos, a sentir entre canciones, a dormir entre sus dedos.

Los oidos del problema, el consejo estúpido en la punta de la lengua.

Aprendí a convivir con mi mala leche, con mi rabia puntual y controlada; aprendí a no obviar la injusticia, a hablar por los codos, a salirme en las curvas. Fui capaz de olvidar las normas, y de ceñirme incluso demasiadas veces a ellas.

Creo saber que quiero; hasta el punto que me cogeré asco si no lo alcanzo. La cruz de toda moneda; la habitación 13 de cada hotel que se opuso a ponerla. La nube de las noches en vela; quien robó aquella lluvia de estrellas, aquellos amaneceres locos. Aquella a quien todos los desayunos saben a invierno.
La pasajera 51205 de todos los trenes con destino incierto.

Con la palabra en la boca, preparada para opinar de todo cuanto se me pregunte; defensora de mi postura, y de la contraria. Del lado de quien me necesite, y de quien nunca quiso mi ayuda. Sincera con mis sonrisas, con mis lágrimas, conmigo misma.

La princesa del error continuo, la reina de los textos absurdos.

viernes, 5 de febrero de 2010

Se te ha olvidado, y hoy no puedes decirme que no te lo advertí; no me vale que te hagas el sueco y me dejes con la palabra en la boca, con la duda contada. Se lo dimos todo; y lo sabes. Los secretos han ido arrebantando miradas, cansando silencios. Se ha comido mi ternura y te ha desnudado en un segundo; no ha pensado en ti y a mi me ha dejado de lado.
Y mira que te lo dije, que terminaría haciéndonos daño. Y tú que no, que vivamos.
Se ha reido de tus sueños, se ha burlado de la ilusión que respiraban tus dedos. Y es estúpido que corras a rescatar todo lo que nos arrebató; porque recuerda -y esto también te lo conté-: nadie alcanza al tiempo.

miércoles, 3 de febrero de 2010

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Me da igual las horas que pasen con tal de que sigas a mi lado cuando despierte.
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lunes, 1 de febrero de 2010

Uno

Amelia caminaba tranquila, sumida en esos cientos de pensamientos que ocupaban su cabeza las veinticuatro horas del día.Había amanecido un día radiante y el sol ya llevaba unas horas trabajando. Era sábado.
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No lo vio llegar y topó con él. Las dos bolsas de mercadona que sujetaban instantes antes sus manos rodaban por el suelo. Nervioso se apresuró a recoger el estropicio que había causado; tampoco él estaba prestando demasiada atención a sus pasos. Quiso disculparse, pero un torrente de palabras se dieron cita en su boca; y sonó ridículo.
Amelia sonrió tímida y le quitó importancia al asunto.
Miró a su accidente y tuvo que ir a buscar el aire al fundo de sus pulmones para volver a pensar con claridad.
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La sensaciones que estremecieron al chico no fueron muy distintas de las que mantenían a Amelia bloqueada en la misma baldosa que dos minutos atrás.La tensión era palpable y ambos lo sabían. El primero en girar la cabeza para apartar a la fuerza sus ojos de los de ella fue Rubén.-Cuanto tiempo...Sonó más rídiculo aún de lo que le pareció al pronunciarlo. No obtuvo respuesta, apenas un leve asentimiento y una sonrisa entre forzada y tímida.
-... Lo siento, no miraba por donde iba.
-No te preocupes, yo tampoco.
-Venga, te invito a tomar algo y me cuentas como va todo.
Esta vez Amelia tuvo que ir a buscar mucho más hondo el aire que parecía dejar de existir en ese momento.
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Un batido de coco y un café con leche. Ambos aliñados con miles de recuerdos que se escapaban furiosos de sus bocas, que contaban sus ojos sus ojos, que deseaban sus manos. Medias sonrisas y alguna que otra carcajada. La vuelta a una tierna e inolvidable época. Sus vidas dadas al stop, en standby. Narradas con desilusion directamente a unos ojos que esperaban ansiosos un atisbo de duda, de infelicidad... una oportunidad, un cambio, un ahora. El reloj se animaba, se unía a esa velocidad que desde hace tiempo residía en sus corazones, palpitando sueños, deseos; esquivando miedos. El sol empezaba a caer entre las fincas. Él la observaba tranquilo; hacía rato que había desaparecido la timidez de su rostro. Hablaba sincera; dueña de todo cuanto les envolvía. Conservaba esa seguridad que le abrumaba, esa inocencia que le cautivaba, esa inteligencia que le dejaba a un lado, del cual ella siempre venía a rescatarlo. Conservaba ese silencio, ese torrente de palabras. Era ella.
Amelia lo miraba. Hablaba pausado, la miraba sereno, la comía en silencio. Sus ojos, su pelo, sus miedos. Todo siguía en el mismo lugar que hacía años; todo a la espera de una resolución ajornada, víctima de un adiós infiel.
Su respiración esta vez surcó el aire nerviosa.
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Rubén miró por la ventana. Había oscurecido allá fuera. Las bolsas de la compra ocupaban la silla de su derecha. Amelia hablaba tranquila en la de enfrente. El camarero trajo la cuenta. 5 euros y una tarde sin precio. Pagó justo y la siguió de camino a la puerta. Su móvil, el de ella y una promesa que ninguno de los dos sabía si era sincera o cordial. Dos besos, un débil cuídate y un te volveré a verte.
Amelia se escapó nerviosa, cansada, cargada. La emoción se brotaba por sus ojos que lloraban a mares. De nuevo sola.
Rubén contuvo el aire unos segundos. Resopló intranquilo, vencido, covarde. La había perdido de nuevo.

miércoles, 13 de enero de 2010

Mi vida

Me gusta tu sonrisa, y cuando ríes a carcajada limpia. Me gusta cuando te da por recordar, y todas aquellas veces que me sorprendes. Me gusta dedicar las tardes a ver qué tontería puedo hacer para que sonrías y ver tu cara cuando me ves aparecer con otra carta. Me gusta que opines tonterías cuando llego por la noche para terminar diciéndome lo preciosa que estoy.

Me gusta cerrar los ojos e imaginarte en el pasillo, y que todavía la gente me pregunte si sigo contigo. Me gustan tus besos cuando es cinco, y el frío gélido de todos los diciembres. Me gusta mi cumpleaños cuando estás cerca y me gusta el día que naciste. Me gusta que te guste el trece y que hayas terminado cogiéndole cariño a Yago.

Me gusta que te esfuerces en hacerme reír y me gustan tus cosquillas. Me gusta cuando me retuerzo en tu cama después de haberte metido prisa y vienes y me abrazas. Me gusta tu mirada cuando crees que no te miro, y me gusta que me observes cuando piensas que me he dormido. Sí, me gusta dormir contigo. Me gusta tu beso de buenas noches y que me acaricies por la mañana.

Me gustan tus ojos y lo que presumes de ellos. Me gusta como me miras, siempre. Me gustan los viernes, y los veinte segundos que dura tu ascensor. Me gusta discutir por la luz mientras me acerco a apagarla y encontrarte sin problema instantes después. Me gusta que me susurres todas esas cosas que ya sé al oido.

Me gusta cuando me invitas a cenar y cuando dejas que te invite al cine. Me gusta que seas capaz de zamparte el menú del kebap o la mitad del Mac y que siempre termines ofreciéndome una alita de pollo para que yo pueda quejarme de que nunca me escuchas.
Me gusta conocerte, y tu cara de pato. Me gusta que me hagas la cena y que te quejes de mis burritos. Me gusta compartir el sofá contigo y la cama con tus mil manías. Me gusta tu nik y todas esas canciones que me obligas a escuchar con la escusa de que te recuerdan a mi. Me gusta confundir mi móvil con el tuyo y el fondo de pantalla de ambos.

Me gusta como queda tu nombre en mi pantalla y me gusta que me sorprendas a mitad de la tarde. Me gusta cuando son las siete y veinte de los martes y los jueves. Me gusta despertarte y saber que volverás a dormirte y me gusta que tu voz sea la última que escucho cada noche.

Me gustan nuestros viajes en tren y terminar sentada encima de ti aunque estén todos los asientos libres. Y me gusta como me río cada vez que me avisas de que te puteará la máquina, y tu cara de "ves?" cuando finalmente no te admite el billete. Me gusta lo distinta que parece Valencia cuando estamos juntos y tus caras cuando pido entrar a una tienda más.

Me gustan nuestros días en la playa, y tu extraña capacidad para llenarme de arena siempre que sacudes la toalla. Me gusta comer pizza barbacoa contigo y tu extraña afición por llenar el plato de patatas fritas. Me gusta cuando tardamos más de lo normal en fregar los platos.

Me gusta cuando me coges la mano y cuando me resguardas de todo el frío que hace en la calle. Me gusta cuando vienes mojado de la cabeza a los pies y te quejas, y sonríes, y me besas. Sí, me encanta que me beses.

Me gusta que estés ahí cuando te necesito y que quieras estar cuando me hace falta. Me gusta que seas fuerte cuando yo estoy hundida. Me gusta que te inventes mil y una maneras de prometerme que todo irá bien y que me recojas las lágrimas a besos. Me gusta cuando después de estar una semana extraño e insoportable vienes y me das las gracias por haberla pasado contigo. Me gusta saber que cuentas conmigo.

Me gusta que me partas las chuches por la mitad, y que siempre compres un chicle de fresa para regalármelo. Me gusta tu capacidad para acoplarte a mis horarios y en el fondo me gusta cuando pides perdón por llegar tarde. Me gusta cuando me copias letras de canciones en el messenger y todas me recuerdan a ti.

Me gusta tu cara cuando te enfadas, y cuando ya no eres capaz de aguantar más con tu enfado. Me gustan tus gestos, y tus manos, y peinarte cuando se te ha olvidado la utilidad del cepillo.

Me gusta despertarme a tu lado y que me traigas la leche. Me gustan tus regalos y mirar tu foto antes de irme a dormir. Me gusta preguntarte si está tu madre cada vez que lleno a tu rellano, y bajar contigo las escaleras después. Me gusta pasearme Massanassa muy cerca de ti, y ver la cantidad de sitios que han visto alguno de nuestros abrazos.

Me gustan los pinos, y nuestro banco. Y me gusta recordar que me prometiste vivir cerca del tren. Me gusta como te quejas de mis bobadas y como alfinal terminas entendiendo un poco su gracia.

Me gusta recordarte, escribirte mensajes, pensarte. Me gusta despertarme y saber que te veré y me gusta ver como cada vez está el viernes más cerca.

Me gusta nuestra historia, nuestros momentos, tus silencios. Me gusta que me entiendas. Me gusta ser la única que entiende que significa Enana, y me gusta tener mil formas de llamarte. Me gusta cuando pronuncio tu nombre y no me hace falta decir nada más porque ya lo sabes todo.

Me gusta nuestro juego de insultos, nuestras apuestas.

Me gusta que me abraces muy fuerte. Me gustan tus besos de gnomo... Me gusta que me hables muy cerca del oido. Me gusta esa pared de los pinos.

Me gusta cuando me hablas de los nanos e ir a verlos de vez en cuando. Me gusta recordar las mañanas en el poli. Me gusta ir al cine contigo, hincharnos a roses y no soltarte la mano sea la película de miedo, de risa o de tiros.

Me gusta contar los segundos que pasan entre que te conectas y me saludas, y no llegar ni al siete nunca. Me gusta ver como se nos hacen las tantas colgados del teléfono. Me gusta hacer cosas contigo. Me gusta como tiembla el suelo en marzo y me gusta ver como siempre me dejas ponerme delante cuando toca ver las mascletá o cualquier castillo. Me gusta como te encanta el olor a pólvora.

Me gusta estar contigo mientras ves un partido del barça, y me gusta lo feliz que estás cuando gana. Me gusta cuando te ilusionas, por cualquier bobada.

Me gusta que me beses, que me recorras sin prisa. Me gusta recordar lo rápido que terminaste con mi vergüenza. Me gustó aquel lunes de junio.

Me gusta cuando abro el cajón y me pongo tus calcetines. Me gustó aquella lluvia de estrellas y todo lo que hiciste por mi ese verano.
Me gusta que se haga de noche a tu lado y marearte con lo preciosa que está la luna una noche cualquiera.
Me gusta darle vueltas a mi esclava como si no supiese de memoria la fecha que tiene grabada. Me gusta escribirte cartas que nunca te doy, o llenar mi agenda con frases ñoñas que me recuerdan a ti. Me gusta escuchar nuestras canciones. Me gusta cuando dices que me echas de menos.

Me gusta escuchar a la gente decir que me quieres y me gusta cuando te lo pregunto y me contestas que no. Me gusta tu pelo y cuando vienes a hacerme compañía a las ocho de la mañana, llueva o haga un frío que pela.

Me gusta amarte, y me gusta que me ames. Me gusta recordártelo y que tú no me dejes olvidarlo nunca.

Me gustas. No... ¡tú me encantas!

domingo, 10 de enero de 2010

Welcome

La duda vagaba por tuu mente. Los árboles eran testigos desnudos de los amaneceres gélidos en aquel rincón del mundo. El tiempo, subjetivo, se arremolinaba en las manijas del reloj, que parecían tan oxidadas como las visagras de una puerta cerrada durante años. Olía a melancolía. La nostalgia nadaba entre la suciedad depositada en cada mueble. Las paredes, cargadas de recuerdos, parecían venirse abajo con cada crujido del suelo bajo tus pies. El frío de cada invierno parecía ser lo único capaz de atravesar esos muros y, año tras año, se había quedado a habitar la casa de tus ingenuos veranos. Los pies se sucedían por aquellas alfombras polvorientas, sin cesar, sin correr. Exrutabas todo cuanto veías y un torrente de recuerdos luchaba por un hueco en tu conciencia cada vez que pestañeabas.
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¿Y el frío? Te calaba los huesos. Un frío seco, duradero. De esos fríos que nadie más siente. De esos que te hielan por dentro mientras te arden las manos.