Acostumbrada como estoy a mis silencios, a mis secretos; a esos que incluso a mi misma escondo. Acostumbrada como vivo a todos y cada uno de mis miedos; a mis días rojos, a mis ratos tontos. Fiel compañera de mi rutina semanal; anual me atrevería a decir. Testigo de cada uno de mis cambios, de mis pataletas, de mis arrebatos. Sincera con mis dudas, compañera de sus juegos. Esclava de tantas cosas, de tantos sueños. Capaz de cambiar un deseo, de sonreír a su ilusión, de bailar con la mía, muy cerca. Espectadora a distancia de cuanto me sucede; protagonista de sus sueños; artífice de los míos.
Acostumbrada como estoy a vivir en mi nube, a entender los silencios, a preocuparme en un momento. Acostumbrada como vivo a empaparme de re
cuerdos, a sentir entre canciones, a dormir entre sus dedos.

Los oidos del problema, el consejo estúpido en la punta de la lengua.
Aprendí a convivir con mi mala leche, con mi rabia puntual y controlada; aprendí a no obviar la injusticia, a hablar por los codos, a salirme en las curvas. Fui capaz de olvidar las normas, y de ceñirme incluso demasiadas veces a ellas.
Creo saber que quiero; hasta el punto que me cogeré asco si no lo alcanzo. La cruz de toda moneda; la habitación 13 de cada hotel que se opuso a ponerla. La nube de las noches en vela; quien robó aquella lluvia de estrellas, aquellos amaneceres locos. Aquella a quien todos los desayunos saben a invierno.
La pasajera 51205 de todos los trenes con destino incierto.
Con la palabra en la boca, preparada para opinar de todo cuanto se me pregunte; defensora de mi postura, y de la contraria. Del lado de quien me necesite, y de quien nunca quiso mi ayuda. Sincera con mis sonrisas, con mis lágrimas, conmigo misma.
La princesa del error continuo, la reina de los textos absurdos.
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