miércoles, 1 de mayo de 2013

De sucre.

Era por esto, por lo de más allá, por lo que se escondía debajo de la cama, por lo que salía a chorros de la ducha. Eran escusas, todo el rato, a tropel, por cualquier sitio. Era cualquier cosa menos decidirse a decir la verdad. ¡Que claro! Que por supuesto que sí. Enganchada hasta las trancas, hasta el fondo, de principio a fin, de la cabeza a los pies; como quisieras llamarle.
Vivía acostumbrada a que absolutamente todo le saliese a la primera. No sabía perder, a nada. Llevaba años chascando los dedos y dejando que apareciese ante ella todas y cada una de las cosas que había ido deseando. No conocía la palabra miedo, ni había fracasado y pensaba hacerlo en los próximos mil años. Pisaba siempre tan segura... Y así era su vida; tan sencilla, tan rodada, tan balsa... 
Sólo había un aspecto que chirriaba, que sonaba un poco más fuerte, que a veces incluso daba portazos. Era algo que no podía controlar por completo, que a veces se le escurría entre los dedos. La primera vez que sintió miedo. Miedo de perder, miedo de que no saliese bien; miedo de verse en esa situación. Vivía enganchada a un intento que duraba años, que se acercaba vertiginosamente a la década. Ella, que a penas tenía veinte. Era una atracción extraña. Una mezcla de felicidad, dependencia y hastío que bebían cada noche, cada tarde, cada "buenos días". 
Llevaba meses pensando el por qué y sólo acertaba a imaginar que era porque no era fácil, porque requería esfuerzo, porque se podía escapar. Porque sabía lo punzante de su ausencia, porque le rasgaba por dentro imaginar un despertar vacío. Era un reto, el mayor reto que podía plantearse. Enamorarle de lunes a domingo. Devolverle a pedacitos todo lo que había recibido con los brazos abiertos en los últimos años. Sonreírle y revolverle. Que no supiese como seguir. 
Una cosa más que sumar a su lista de éxitos, o al menos una cosa que borrar de su posible lista de fracasos. No contemplaba perder, y probablemente por ello iba perdiendo cada día un poquito. 
Menos mal que no jugaba sola. Que él la conocía incluso mejor que ella misma. Que entendía cada riña, que sacaba zumo de cada discusión, que la dormía sin esfuerzo en sus labios después de una rabieta. Menos mal que siempre tenía tiempo para decirle que "sí". Menos mal que él la enamoraba los siete días de la semana. 
Para que no perdiesen. Porque cuando se juega por parejas se juega mucho más. Porque él tenía tan claro que pensaba tirar en la misma dirección que a penas le importaba marearse tratando de acoplarse a todos sus cambios de rumbo. Vivía en un vaivén constante; en lo que deseaba decirle, nadando en las ganas de que funcionase tan bien como anoche. 
Y ella abandonada a la idea de no fracasar. Aliñándola poco a poco con las ganas de ganar, o con las ganas de vivir. Casi al borde del precipicio de "voy a hacerte feliz". Y él allí, esperando bajo el tobogán, atento para frenar la bajada, para auparla en brazos e invitarla a un kebap. 

domingo, 28 de abril de 2013

Time.

Las calles siempre cortas, y siempre estrechas, y de pasada. Tenía que correr si quería plantarle cara. 
Se ataviaba con botas de montaña, las más feas del mercado. Se colgaba la cámara al cuello y salía a capturar sueños, de los demás. Se empapaba de emociones hasta que se llenaba la tarjeta de memoria; y entonces corría a casa, a preparar chocolate y a organizar el pase de fotos de cada tarde. Lloraba, reía, se ponía furiosa y se desconcertaba, alternativamente, a veces al mismo tiempo. Era capaz de enfatizar con las fotos lo que no conseguía hacer con las personas. Y, como siempre, aquella que le había sacado el escalofrío más grande acababa siendo revelada, a la antigua usanza, pasando a ocupar un sitio privilegiado en su habitación de las emociones.
Moría de miedo cada vez que venía un fontanero, un electricista, el del gas... Cualquier persona que viese aquella habitación saldría corriendo. Pero para ella era una vía de escape, la única salida a un autismo que le acompañaba desde siempre. No era capaz de detectar sentimientos, o al menos, no de hacerlo a velocidad real. Las emociones del día a día ni la rozaban, y continuamente sentía un vacío en su estómago que no conseguía llenar. Necesitaba ralentizar el ritmo, sentir a menor velocidad, retener un poco lo que sucedía, capturarlo y dedicarle tiempo. 
Y cada vez era más difícil encontrar tiempo.

sábado, 13 de abril de 2013

Ser.

Estas, las miles de veces que me despierto en tu almohada, en una almohada ajena, en la mía, en la de la playa. Las mil veces que me retuerzo levemente en entre las sábanas y me calmas con un beso en la nuca, acomodándome en tu regazo y pronunciando la palabra mágica. Y a mi se me disuelven los miedos, las dudas. Me quedaría en tus brazos lo que me quede de noche, de vida. Jugando a tenerte tan cerca que no concilio ni el sueño, a necesitar respirar un aire que no salga de tus pulmones, a desear cada vez que me despierto que la madrugada siguiente sea igual de mágica.
Ser de "y si...?", de muchos ysis que acaban devolviéndonos a una verdad tan antigua como nuestra; tan grande como transparente, tan de verdad como de cuento. Y si lo alargamos hasta el infinito? Hasta ese punto de no retorno, de asfixia. De mezclar recuerdos en un cuenco, de los de hace mil años, de los de ayer; poner la batidora en modo turbo, echarle una pizca de azúcar y repartir la mezcla en dos cuencos. Yo elijo con un poco de miel, si quieres puedo besar tu vaso. Y a beber. Denso como el chocolate de mi casa, dulce como las noches de feria, tan bueno como tú.
Y ahora ya lo tienes en todas las venas de tu cuerpo, invadiéndote cualquier pensamiento, a cada respiración. Yo diría que incluso me duele un poco menos el pie desde que te bebí a tragos. Ahora ya no te vas, ni me voy; ni nada. Da igual cuánto corramos, todo lo que intentemos, las veces que me calle, los gritos que puedas dar. No importa. Me respiras.
Te saboreo cada vez que cierro los ojos, y lo siento, pero me gusta comer cinco veces al día; por tanto, ya no quedas. Y visto lo visto, yo tampoco soy. Es solo en esas miles de veces que compartimos cama cuando siento que vuelvo a tenerme, que vuelves a estar por completo; que ya no tengo que ir a buscarme en tus labios, que tú no vas a abrazarme como si te faltasen partes. Es ahí donde me es más fácil respirar, donde sé que no me sobrará ni una palabra, que no echaré en falta que me mires. Que tus pies se acomodarán tan bien entre los míos que me dará miedo moverme por si te cambia esa cara de paz.

lunes, 28 de enero de 2013

GDT

Que estas ganas de ti deben ser ilegales. De estrujarte hasta que no te quede aire, de comerte para que no quede ni una pizquita de ti que pueda antojársele a nadie. Estas ganas de recorrerte y de desgastarte a lametones. Esta necesidad tan boba de que me mires de frente, de que me beses durante horas, de que me digas de todo y todo muy bajito. Estas ganas de caer rendida y acomodarme en tu regazo y pasar ahí lo que me quede de noche. Estas ganas de dormirme mientras mis sueños van de arriba a abajo, a compás con tu respiración, cómplices de la magia que nos envuelve. Estas ganas de seguir tan cerca de ti que no sé dónde acabo y dónde empiezas; de confundir realidades, de vivir en nuestro mundo, de despertar en cinco. 

miércoles, 16 de enero de 2013

A golpes.


Dedicada a ello, a desentonar en tu discurso, a chirriar en tu sintonía, a no ser nunca lo que alguien espera oír de tu boca. Cada vez más, y más; y más. Y más. Más despacio, más hondo, más acompasado, más de verdad. Hasta que vomitas. Hasta que ya no quiere más, hasta que se le antoja incomestible, hasta que se le hace bola; hasta que viene mamá y lo recoge con una servilleta. 
Porque sí, ese es el juego. Subir hasta que se pincha el globo. Crecer hasta que te estampas de bruces contra el techo. Comer hasta que te empachas. Beber hasta el coma. Dormir hasta que duelen los párpados. Gritar hasta que no queda voz. El hasta. Una palabra con final, con un punto. La única que sabes que no seguirá; la única capaz de desvirtuar cualquier promesa, cualquier verdad. La pareja del pero. Voy a quererte hasta; voy a ir a verte pero, te dije que sí pero, todo iba bien hasta... 

Somos así. Necesitamos pausas, salidas de seguridad. Una manta, un abrazo, una puerta de emergencia. Algo capaz de hacernos frenar cuando se nos está yendo de las manos. Gestos, huídas, palabras..., lo que sea. Lo que sea pero que te mantenga lejos, que no te deje estar a menos de un milímetro de mí, de mi paz, de mí misma. Distancias bien marcadas, límites claros. Yo te alejo y te acerco; y todo al mismo tiempo, no vaya a ser que te vayas más de lo que quiero o que te quedes más de lo que me da tranquilidad. 
Y así va la cosa, de joderla mucho y pedir mucho perdón después. De decir que no y explotar por la cantidad de síes que te inundan por dentro. De mirarnos de reojo y no estar nunca dispuestos a decir lo siento. De buscar la libertad en tu ausencia, de creerme más fuerte por despertar sin ti, de soltar perlas por mi boca, de las que luego me da miedo envenenarme con el regusto a asco que me dejan en la boca. A coger lo feo y cocinarlo a fuego lento, y a servirlo caliente, quemando, y con levadura; para que todo sea mil veces más grande de lo que realmente es; para que me ahogue al respirar la cantidad de reproches que soy capaz de soltar; para que sigas echando de menos mis sonrisas. Y, claro está, para acabar todas las frases con un pero, con un hasta, con un no. 
Y acabar corriendo a tu cuello, a colgarme de tus labios y comérmelos con gelatina de fresa, con croquetas de puchero, con el kebap de los viernes. A llorarle a tu hombro, a mirarte dormir, a que me calientes los pies cuando volvemos de la calle y a despertar en tus brazos para volver a decirte que no. 
Y esto, y lo otro, y lo de más allá. Ya lo decía Sabina: "que amores que no mueren, matan; porque amores que matan, nunca mueren".

viernes, 4 de enero de 2013

To be.

Toda la vida tratando de estar tan cerca que ahora mismo me agobia el no respirar el aire que sueltas; me cuesta dormir si no te quejas de lo fríos que están mis pies y me despierto revuelta de pesadillas si no he tenido un "buenas noches" en condiciones.
Y ahí sigo, buscando las dudas fuera de tu cabeza, amontonando problemas en nuestra puerta, de esos que se cuelan en cuanto decides salir a tomar el aire. Y mientras yo, hecha un ovillo en el sofá, tapada hasta las orejas con miles de mantas de soberbia y de "quieto parao", riéndome de cada vez que vuelves con ganas de comerme a besos. 
Hacer oídos sordos, una de mis cien manías, tal vez la más absurda, la más estúpida, la que más desearé no tener (o no haber tenido) dentro de unos años. Lo sé, no es tan difícil, es más, debería ser lo más fácil; plantarme delante de tu cara y dedicarte una sonrisa inmensa, hacer que volviesen a temblarte las piernas, la boca, la ilusión. Dedicar medio esfuerzo a hacerte feliz, despojarme de mi manta, o meterte en ella para que nos despojemos juntos. Exacto, eso, volver a desnudarnos con la mirada, a no creer más en cuentos chinos, a construir novelitas de esas de color pastel, de las mías. A plantarte besos de la cabeza a los pies, a tomarte la mano mientras cocinas, a abordarte por detrás y morderte la oreja para que te quejes en mis manos un rato largo, muy largo. 
Reconstruir para derretirme en tus ojos, para deshacerme en tu boca, para no acordarme ni de qué día es cuando pones mi canción favorita en el coche. Reinventar para que el prefijo re deje de tener sentido, para que se me olviden todos los días en los que he ido a buscarte en mil cosas que no tenían tu nombre. Seguir con nuestro pasatiempo favorito, volver a las primeras veces, crecer en cada una de tus caídas y vencer en cada una de las mías; no tenerte lejos nunca más. 
Ser; ser para dejar de escucharte decir que me quieres más cerca; ser para no tener nunca más la sensación de no estar a la altura; ser para luchar, para creer, para cambiar; ser para nosotros. Ser para que se te revuelva el estómago de paz cada vez que me recuerdes, para que algún día puedas decir que te he hecho un cuarto de feliz de lo que dice mi sonrisa cuando alguien me pregunta por ti. Ser para consolarte en tu primera arruga, para hacernos muy mayores, para que se me agoten las ideas, las fotos, los álbumes donde meterlas y las estanterías donde guardarlas. Ser para callar bocas, para sorprendernos nosotros más que nadie de los diciembres que sonríen cuando llegamos; ser para acordarnos siempre de nuestros trece, de lo increíble de verte cambiar, de lo orgullosa que estoy de lo grande que eres, de lo orgullosa que estoy de ti. Ser para que puedas ser a mi lado. Ser para que seamos. Ser. 
Deshacer el montón de la duda que he barrido durante meses, lanzarlo lejos, allá donde no sepa volver. Cogerte muy fuerte de la mano, dejar que me acerques a tu regazo y dormirme allí el resto de noches de mi vida. Y sí, reírnos a carcajadas burlonas de todas aquellas personas que creen que no sé lo que digo con lo de "el resto de noches de mi vida".