Era por esto, por lo de más allá, por lo que se escondía debajo de la cama, por lo que salía a chorros de la ducha. Eran escusas, todo el rato, a tropel, por cualquier sitio. Era cualquier cosa menos decidirse a decir la verdad. ¡Que claro! Que por supuesto que sí. Enganchada hasta las trancas, hasta el fondo, de principio a fin, de la cabeza a los pies; como quisieras llamarle.
Vivía acostumbrada a que absolutamente todo le saliese a la primera. No sabía perder, a nada. Llevaba años chascando los dedos y dejando que apareciese ante ella todas y cada una de las cosas que había ido deseando. No conocía la palabra miedo, ni había fracasado y pensaba hacerlo en los próximos mil años. Pisaba siempre tan segura... Y así era su vida; tan sencilla, tan rodada, tan balsa...
Sólo había un aspecto que chirriaba, que sonaba un poco más fuerte, que a veces incluso daba portazos. Era algo que no podía controlar por completo, que a veces se le escurría entre los dedos. La primera vez que sintió miedo. Miedo de perder, miedo de que no saliese bien; miedo de verse en esa situación. Vivía enganchada a un intento que duraba años, que se acercaba vertiginosamente a la década. Ella, que a penas tenía veinte. Era una atracción extraña. Una mezcla de felicidad, dependencia y hastío que bebían cada noche, cada tarde, cada "buenos días".
Llevaba meses pensando el por qué y sólo acertaba a imaginar que era porque no era fácil, porque requería esfuerzo, porque se podía escapar. Porque sabía lo punzante de su ausencia, porque le rasgaba por dentro imaginar un despertar vacío. Era un reto, el mayor reto que podía plantearse. Enamorarle de lunes a domingo. Devolverle a pedacitos todo lo que había recibido con los brazos abiertos en los últimos años. Sonreírle y revolverle. Que no supiese como seguir.
Una cosa más que sumar a su lista de éxitos, o al menos una cosa que borrar de su posible lista de fracasos. No contemplaba perder, y probablemente por ello iba perdiendo cada día un poquito.
Menos mal que no jugaba sola. Que él la conocía incluso mejor que ella misma. Que entendía cada riña, que sacaba zumo de cada discusión, que la dormía sin esfuerzo en sus labios después de una rabieta. Menos mal que siempre tenía tiempo para decirle que "sí". Menos mal que él la enamoraba los siete días de la semana.
Para que no perdiesen. Porque cuando se juega por parejas se juega mucho más. Porque él tenía tan claro que pensaba tirar en la misma dirección que a penas le importaba marearse tratando de acoplarse a todos sus cambios de rumbo. Vivía en un vaivén constante; en lo que deseaba decirle, nadando en las ganas de que funcionase tan bien como anoche.
Y ella abandonada a la idea de no fracasar. Aliñándola poco a poco con las ganas de ganar, o con las ganas de vivir. Casi al borde del precipicio de "voy a hacerte feliz". Y él allí, esperando bajo el tobogán, atento para frenar la bajada, para auparla en brazos e invitarla a un kebap.
No hay comentarios:
Publicar un comentario