Te echo un pulso. Te reto. Te desafío.
Corre tan lejos como alcancen tus piernas y cuando llegues exhausto a la última piedra da media vuelta poco a poco. Mírame desde allí y dime qué observas.
Yo veo un silencio entrecortado, una respiración que se queja cansada, un cuerpo que tarde o temprano te devolverá esta carrera.
Mis ojos a penas son capaces de explicar la posición de tus manos, de contar la postura de tus pies, el mecer de tu pecho. Pero podrían enamorarte si dedicasen un segundo a narrar qué sale den tus pupilas. Un amor que observa desde la distancia, que huyó despavorido, que aceptó un desafío. Un amor que se debate entre un disparado ego y la dulzura de tus gestos en mi pelo. Un amor que me llama a gritos; un amor fuerte, de los que acaban pudiendo con todo.
Y tú me miras asustado, indeciso, temeroso. Investigas mis sonrisas, mis miradas, mis dos o tres palabras. Y yo que sigo distante, a ver qué te has pensado, no pienso abrir los brazos cuando regreses.
Y tú, que vuelves poco a poco. Y yo, que mantengo el abrazo muy pegado a mi regazo; y tú, que me acaricias lentamente, que me regalas tanto... Y yo, que me deshago poco a poco, que me derrito cuando hablas. Y tú, que me miras desde aquí; y tú, que ahora me retas. Y yo, que siento cómo se despide mi orgullo, cómo me atrapa tu razón. Y tú, que silencias el miedo, que me comes con los ojos, que pides perdón a besos.
Y yo, que me abandono.
Y yo... que sé quién ha ganado el pulso. Ay Amor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario