Se sientan juntos en el sofá, ataviados con una fuente de macarrones con queso, carne y cebolla; dispuestos a rebañar el vidrio con la barra de pan que han comprado cuatro horas antes. No se miran a penas, pero ambos saben que si mueven un poco sus piernas se rozarán débilmente. Muñecos amarillos acaparan la televisión.
-Oye que te gano.
-Mejor me lo cuentas luego.
Suena sencillo, divertido, ingenioso, picante... Y se le antoja dulce, melancólico.
Los macarrones dejan lugar al hartazgo; la sangre se les acumula en el estómago y les invade una modorra de nubes. Se acomodan en el sofá y poco a poco recuerdan. Se acercan y terminan compartiendo centímetros; no diré como antes, mejor diré como a partir de ahora.
Reinventar siempre ha sido un verbo complicado; pero hay ojos en los que suena mejor.
Se besan, se ríen, se recorren hasta el hastío y se abandonan a la magia que les tiene en pie.
Se divierten compañeros, cómplices, enamorados del instante que comparten; sabiendo que les une un pasado de lobos; conscientes de que el futuro se escribirá lejos de sus intenciones.
Pero se besan, de nuevo. Desafían al tiempo, se creen capaces de detenerlo esta tarde y van a dedicarse plenamente a ello. El mundo les queda lejos; muy lejos.