martes, 10 de abril de 2012

Prometimos volver a vernos...

Las nueve de la mañana. La habitación destilaba aburrimiento. Demasiado temprano, y sin embargo tenía la sensación de llevar muchas horas tumbada, agobiada de recuerdos, asqueada de tanto dudar. El problema era de azúcar, capaz de diluirse en un vaso de leche o de alegrar un bol de fresas, pero se le estaba atragantando como si de tragar merluza se tratase. Las opciones se le amontonaban en la mesita, apabullando el móvil, haciendo subir incansablemente el número de mensajes de esos dos contactos. Los ojos se le cerraban, y aún no había aprendido a dormir con ese remordimiento. Las noches se tornaban de plomo y hacía días que no encontraba solución.
Llamémoslo rutina, o tal vez amor, o ambas cosas... Fuese lo que fuese le ataba irremediablemente a la almohada, al olor a "no te vayas nunca", al sonido de su boca mordiendo el escaso espacio que les separaba. Y a lo otro lo llamamos novedad, atracción... ¿Ilusión? Cuánto le costaba pensar esas palabras, valorar esos sentimientos, contemplarlos como opción... Y se quedaba así, sentada mil horas, sacando un humo cada vez más negro, cada vez más áspero, cada vez más... Cada vez más. 
Sus ojos se volvían de ajoaceite, capaces de repetirse en su cabeza hasta que conseguía conciliar el sueño. Y ya no le cantaban, no le llevaban a aquellas playas tan lejanas a tumbarla en la arena y masajearle el cuello hasta que caía rendida, ya no le besaban... Sus ojos lloraban de rabia, de miedo, de angustia, de celos.
Y qué fea podía llegar a ser la habitación de la culpa y de la duda... Qué claustrofóbica, qué horrible, qué merecida...

No hay comentarios:

Publicar un comentario