Perseguían sueños, como el que se nos había perdido a nosotros. Los escuché en el ascensor, se hablaban sin decir palabra; las promesas flotaban en el ambiente, las pude sentir y me pincharon la razón. Me acordé de ti, por primera vez en muchas semanas volviste a mis pensamientos y quise salir corriendo de allí. Bajé en el tercero y supe que ansiaban que abandonase aquel retículo enano porque se comieron a besos nada más empezó a cerrarse la puerta.
Entré en casa, dejé las llaves en el vacía bolsillos y me senté en el sofá. Recorrí el salón y de repente, como si llevasen meses esperando que les prestase atención, salieron disparados miles de recuerdos dispuestos a perforar el caparazón de mi memoria y a anidar por unos minutos en mi cabeza. Rompí a llorar, lento pero sin parar; de esos llantos que apenan a las piedras, de esos llantos que duelen hasta resquebrajar.
Volví a ver sus jóvenes rostros, brillantes de ilusión, sencillos. Sonreían a ojos del mundo; me recordaban a ti. Traté de aferrarme a tu dulce mirada, a todas las palabras bonitas que me habían regalado los oídos durante tantos años... Tus silencios me invadieron de la cabeza a los pies y me recogió la paz de tus brazos unos segundos. Supe que no acababa de estar sola. Vi tus ojos y los abracé en silencio.
No te volví a verte más desde aquella mañana de octubre. Y sé que si aquel fatídico tren no hubiese tenido celos de nuestro amor hoy nosotros, igual que ellos, estaríamos suspirando al compás de un cariño desbocado.
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