martes, 16 de febrero de 2010

Nuestra ola.

El mar lloró cansado,
tu vista destiló secretos,
me encontré despierta; azul.

La espuma efímera barrió la orilla,
tus secretos desordenaron las estrellas,
me volví de arena; tuya.

La noche se ciñó sobre la playa,
las estrellas despeinaron tu conciencia,
me torné insegura; gris.

El tiempo se fue a dormir,
tu conciencia resbaló suspiros,
me decidí inconsciente; mía.

El miedo nos dejó solos,
tus suspiros turbaron recuerdos,
me sentí de hielo; añil.

La luna sonrió nuestro momento,
los recuerdos desataron tu deseo,
me deshice segura; enorme.

Amaneció nuestra playa,
tu deseo yació en un sueño,
me acurruqué sincera; nuestra.

miércoles, 10 de febrero de 2010


Y la vida no está para sentarse a mirarla.

Ríe, disfruta; baila. Llora hasta quedar sin lágrimas y déjame mecer tus miedos entre mis brazos. Cambia de lugar; ve, vuelve; que te esperamos.

Dibuja, escribe, haz figuritas de barro. Escapa. Que nadie te obligue, que nadie te diga, que nadie te enseñe. Aprende.

Sacúdete el polvo y sigue hacia delante. Tropieza tantas veces como quieras en la misma piedra, y no te sientas ridículo por ello; cada uno tenemos nuestra afición.

Búrlate del tiempo; ya es hora de que alguien le dé una lección.

Olvídate de las normas, de aquello que tontamente llaman moral; sé libre.
Unos segundos. Toda tu vida.

martes, 9 de febrero de 2010

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Se me olvidó mirar el letrero y obvié el hecho de que no tenía parada en todas las estaciones.

lunes, 8 de febrero de 2010

Ciudadana del mundo, por favor.

En la misma silla de siempre, frente a la ventana de todos los días.
Acabo de llegar de hacer un examen de inglés. Inmigración. ¿Y yo que entiendo por ello?
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Un claro ejemplo más de la importancia del dinero. Tú no importas por donde naciste, ni por a quien tuviste la suerte, o la desgracia, de tocar como hijo. Tú no importas por la cultura del país del cual procedes, ni por sus valores, ni por su justicia. Tú no importas por cuanto hayas estudiado, ni por todas esas cosas que has hecho tratando de mejorar un poco tu mundo. Tú no importas por la injusticia de la que te has visto rodeado, ni por la injusticia imperante allí donde vas a vivir ahora. Tú no importas por el color de tus ojos, ni el pigmento de tu piel. Tú no importas por la eduación que hayas recibido, ni siquiera por tu capacidad de impartirla en otros. Tú no importas por nada que no pueda ser comprobado mirando tu coche, tu reloj, la prenda que llevas encima o la cantidad de ceros de tu cuenta corriente.
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¿Inmigrante o extranjero? Inmigrante si vienes a trabajar; extranjero si vienes a aumentar tu fortuna explotando a la gente local. Inmigrante si hablas mi lengua, o alguna parecida; extranjero si te las das de listo con algún idioma del norte. Inmigrante si vistes como yo; extranjero si alardeas de todo aquello que la mayoría jamás podremos comprarnos. Inmigrante si te ponen millones de trabas para legalizar tu situación, para acceder a una sanidad de la que todos deberíamos gozar, para poder subir al tren sin miedo a tomar un avión de vuelta; extranjero si te cobran menos impuestos por haber hecho el favor de venir a vivir aquí.
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No sé de que me extraño; es lo de siempre.

domingo, 7 de febrero de 2010

Esta soy yo.


Acostumbrada como estoy a mis silencios, a mis secretos; a esos que incluso a mi misma escondo. Acostumbrada como vivo a todos y cada uno de mis miedos; a mis días rojos, a mis ratos tontos. Fiel compañera de mi rutina semanal; anual me atrevería a decir. Testigo de cada uno de mis cambios, de mis pataletas, de mis arrebatos. Sincera con mis dudas, compañera de sus juegos. Esclava de tantas cosas, de tantos sueños. Capaz de cambiar un deseo, de sonreír a su ilusión, de bailar con la mía, muy cerca. Espectadora a distancia de cuanto me sucede; protagonista de sus sueños; artífice de los míos.

Acostumbrada como estoy a vivir en mi nube, a entender los silencios, a preocuparme en un momento. Acostumbrada como vivo a empaparme de recuerdos, a sentir entre canciones, a dormir entre sus dedos.

Los oidos del problema, el consejo estúpido en la punta de la lengua.

Aprendí a convivir con mi mala leche, con mi rabia puntual y controlada; aprendí a no obviar la injusticia, a hablar por los codos, a salirme en las curvas. Fui capaz de olvidar las normas, y de ceñirme incluso demasiadas veces a ellas.

Creo saber que quiero; hasta el punto que me cogeré asco si no lo alcanzo. La cruz de toda moneda; la habitación 13 de cada hotel que se opuso a ponerla. La nube de las noches en vela; quien robó aquella lluvia de estrellas, aquellos amaneceres locos. Aquella a quien todos los desayunos saben a invierno.
La pasajera 51205 de todos los trenes con destino incierto.

Con la palabra en la boca, preparada para opinar de todo cuanto se me pregunte; defensora de mi postura, y de la contraria. Del lado de quien me necesite, y de quien nunca quiso mi ayuda. Sincera con mis sonrisas, con mis lágrimas, conmigo misma.

La princesa del error continuo, la reina de los textos absurdos.

viernes, 5 de febrero de 2010

Se te ha olvidado, y hoy no puedes decirme que no te lo advertí; no me vale que te hagas el sueco y me dejes con la palabra en la boca, con la duda contada. Se lo dimos todo; y lo sabes. Los secretos han ido arrebantando miradas, cansando silencios. Se ha comido mi ternura y te ha desnudado en un segundo; no ha pensado en ti y a mi me ha dejado de lado.
Y mira que te lo dije, que terminaría haciéndonos daño. Y tú que no, que vivamos.
Se ha reido de tus sueños, se ha burlado de la ilusión que respiraban tus dedos. Y es estúpido que corras a rescatar todo lo que nos arrebató; porque recuerda -y esto también te lo conté-: nadie alcanza al tiempo.

miércoles, 3 de febrero de 2010

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Me da igual las horas que pasen con tal de que sigas a mi lado cuando despierte.
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lunes, 1 de febrero de 2010

Uno

Amelia caminaba tranquila, sumida en esos cientos de pensamientos que ocupaban su cabeza las veinticuatro horas del día.Había amanecido un día radiante y el sol ya llevaba unas horas trabajando. Era sábado.
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No lo vio llegar y topó con él. Las dos bolsas de mercadona que sujetaban instantes antes sus manos rodaban por el suelo. Nervioso se apresuró a recoger el estropicio que había causado; tampoco él estaba prestando demasiada atención a sus pasos. Quiso disculparse, pero un torrente de palabras se dieron cita en su boca; y sonó ridículo.
Amelia sonrió tímida y le quitó importancia al asunto.
Miró a su accidente y tuvo que ir a buscar el aire al fundo de sus pulmones para volver a pensar con claridad.
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La sensaciones que estremecieron al chico no fueron muy distintas de las que mantenían a Amelia bloqueada en la misma baldosa que dos minutos atrás.La tensión era palpable y ambos lo sabían. El primero en girar la cabeza para apartar a la fuerza sus ojos de los de ella fue Rubén.-Cuanto tiempo...Sonó más rídiculo aún de lo que le pareció al pronunciarlo. No obtuvo respuesta, apenas un leve asentimiento y una sonrisa entre forzada y tímida.
-... Lo siento, no miraba por donde iba.
-No te preocupes, yo tampoco.
-Venga, te invito a tomar algo y me cuentas como va todo.
Esta vez Amelia tuvo que ir a buscar mucho más hondo el aire que parecía dejar de existir en ese momento.
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Un batido de coco y un café con leche. Ambos aliñados con miles de recuerdos que se escapaban furiosos de sus bocas, que contaban sus ojos sus ojos, que deseaban sus manos. Medias sonrisas y alguna que otra carcajada. La vuelta a una tierna e inolvidable época. Sus vidas dadas al stop, en standby. Narradas con desilusion directamente a unos ojos que esperaban ansiosos un atisbo de duda, de infelicidad... una oportunidad, un cambio, un ahora. El reloj se animaba, se unía a esa velocidad que desde hace tiempo residía en sus corazones, palpitando sueños, deseos; esquivando miedos. El sol empezaba a caer entre las fincas. Él la observaba tranquilo; hacía rato que había desaparecido la timidez de su rostro. Hablaba sincera; dueña de todo cuanto les envolvía. Conservaba esa seguridad que le abrumaba, esa inocencia que le cautivaba, esa inteligencia que le dejaba a un lado, del cual ella siempre venía a rescatarlo. Conservaba ese silencio, ese torrente de palabras. Era ella.
Amelia lo miraba. Hablaba pausado, la miraba sereno, la comía en silencio. Sus ojos, su pelo, sus miedos. Todo siguía en el mismo lugar que hacía años; todo a la espera de una resolución ajornada, víctima de un adiós infiel.
Su respiración esta vez surcó el aire nerviosa.
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Rubén miró por la ventana. Había oscurecido allá fuera. Las bolsas de la compra ocupaban la silla de su derecha. Amelia hablaba tranquila en la de enfrente. El camarero trajo la cuenta. 5 euros y una tarde sin precio. Pagó justo y la siguió de camino a la puerta. Su móvil, el de ella y una promesa que ninguno de los dos sabía si era sincera o cordial. Dos besos, un débil cuídate y un te volveré a verte.
Amelia se escapó nerviosa, cansada, cargada. La emoción se brotaba por sus ojos que lloraban a mares. De nuevo sola.
Rubén contuvo el aire unos segundos. Resopló intranquilo, vencido, covarde. La había perdido de nuevo.