Burbujas nerviosas, tímidas, asustadizas. Arremolinadas en una recoveco absurdo de mi memoria.
Distantes e inseguras, al acecho.
Lo observaba de lejos, de paso. Deseaba escuchar la melodía que escapaba de su mp3, recorrer los nervios de su cuerpo e instalarme efímeramente en su cabeza.
La distancia le golpeaba los pensamientos, le dolía. Lo sé porque conocía todas las expresiones de su rostro, mejor que las del mio.
Me intuyó, o no, pero se giró repentinamente hacia mi; y me escondí, como siempre.
Quise correr, colgarme de su cuello, dejar que me besase, que me estrujase... abandonarme; perder.
Ocupaba la esquina del banco, parecía hacerme sitio, guardarme el lugar que bañaba el sol... Sé que quería sonreír, que se esforzaba.
El bicho corría de un lado a otro con el palo en la boca, ladrando a su atención, reclamándole. Y el que sí, que ya va, que ahora mismo.
Y yo allí, perdiendo.
Burbujas que explotaban.