Lo extraño de despertarte cuando las estrellas campan a sus anchas echándole un pulso a la luna y pensar que no queda sueño, que te acostaste cuando el sol bañaba el suelo...
Lo absurdo de andar por sendas de piedra, hierba y tierra y sentir que flotas, que nada te agota, que no te cansas.
Lo estúpido de ver como el sol sale, avanza, te atrapa, se aleja, te deja y se termina poniéndose entre dos cumbres mientras sientes que no existe el tiempo, que no se te acabarán los segundos, que eres dueña de ese simple tic tac por el mero hecho de no llevar reloj.
Lo bonito de sentirte tú entre árboles, lagos, montañas, nubes y charcos. Lo bonito de pensar, de sentir, de vivir; de pensar en ti, de sentir por ti, de vivir para ti.
Lo precioso de mirar, de observar, de alcanzar, de atrapar. De hacer tuyo todo cuanto hay y saber que lo compartes con quien lo siente igual que tú.
Lo inolvidable de sentirte sola y acompañada, feliz y cansada, libre y atrapada. Todo al mismo tiempo. Sentir que todo lo que acostumbras a ver lo has dejado metros atrás, que ahora eres tú, tú y todo aquello que desde hace siglos habita ahí esperando que lo visiten, dispuesto a regalar un atardecer mágico, un amanecer único, una tormenta ahogada, una ráfaga de aire helada.
Lo mágico de pensar que quieres quedarte ahí, que sabes que volverás.